martes, 29 de septiembre de 2015

Lectura por Placer...



Lectura por placer...

Un libro, un texto o una leyenda.. es una llave a otro mundo mediante la cual, descubrir nuevos países, personalidades, viajar a través del tiempo y el espacio y, desde luego, querer más.


LA LEYENDA DEL PEHUÉN

Leyenda de la Patagonia aegentina


   Hace mucho tiempo el pueblo pehuenche vivía cerca de los bosques de pehuenes o araucarias. Ellos se reunían bajo los pehuenes para rezar, hacer

ofrendas y colgar regalos en sus ramas, pero no cosechaban sus frutos, pensando que eran venenosos y no se podían comer.

   Un año, el invierno fue muy crudo y duró mucho tiempo. La gente se había quedado sin recursos: los ríos estaban congelados, los pájaros habían emigrado
y los árboles esperaban la primavera. La tierra estaba completamente cubierta de nieve. Muchos de los pehuenche resistían el hambre, pero los niños y
los ancianos se estaban muriendo. Nguenechen, el Dios creador, no escuchaba  las plegarias. También él parecía dormido.
   Entonces, el Lonko, el jefe de la comunidad, decidió que los jóvenes partieran en busca de alimento por todas las regiones vecinas.
   Entre los que partieron había un muchacho que empezó a recorrer una región de montañas arenosas y áridas, barridas sin tregua por el viento. Un día, regresaba
hambriento y muerto de frío, con las manos vacías y la vergüenza de no haber encontrado nada para llevar a casa.
   Repentinamente, un anciano desconocido se puso a su lado. Caminaron juntos un buen rato y el muchacho le habló de su tribu, de los niños, los enfermos y de
los ancianos a los que, tal vez, ya no volvería a ver cuando regresara. El viejo lo miró con extrañeza y le preguntó: ¿No son suficientemente buenos para ustedes los piñones? Cuando caen del pehuén ya están maduros, y con una sola piña se alimenta a una familia entera.
   El muchacho le contestó que siempre habían creído que Nguenechen prohibía comerlos por ser venenosos y que, además, eran muy duros. Entonces el viejo
le explicó que era necesario hervir los piñones en mucha agua o tostarlos al fuego. Apenas le hubo dado estas indicaciones, el anciano se alejó y el joven volvió a
encontrarse solo.

   El jefe escuchó atentamente al joven; se quedó un rato en silencio y finalmente dijo: Ese viejo no puede ser otro que Nguenechen, que bajó otra vez para salvarnos. Vamos, no desdeñemos este regalo que nos hace.

    La tribu entera participó de los preparativos de la comida. Muchos salieron a buscar más piñones; se acarreó el agua y se encendió el fuego. Después tostaron, hirvieron y comieron los piñones que habían recogido. Fue una fiesta inolvidable. Se dice que, desde ese día, los mapuche que viven junto al árbol del pehuén y que se llaman a sí mismos pehuenche, nunca más pasaron hambre y esperan que nunca tan precioso árbol les sea arrebatado.





Leyenda del volcán Lanín
Una princesa se esconde en su cráter
Leyenda de Neuquén

Cuenta la leyenda que, hace muchos años, vivía en la cumbre del volcán el dios Pillán, divinidad del mal, aunque deidad justa y defensora de la naturaleza.
Un día, los jóvenes de la tribu Huaiquimil estaban persiguiendo huemules (animales de cuya carne se alimentaban y con cuya piel se abrigaban). Sin darse cuenta llegaron a una gran altura, a pesar de saber que Pillán los estaba vigilando. El dios, al ver que mataban los animales, se puso furioso, desató una gran tormenta y el volcán empezó a arrojar lava, humo, llamas y cenizas provocando terror en la población.
Consultaron al brujo de la tribu, quien se recluyó varios días en una cueva y regresó con la solución: para aplacar la ira de Pillán era necesario sacrificar a Huilefun, hija menor del cacique, bella y simpática criatura adorada por todos. Debían arrojar su cuerpo a la hoguera del volcán.
La princesa debería ser conducida por el joven más valiente de la tribu y le tocó a Quechuán, a quien el brujo le dio las indicaciones pertinentes. Quechuán cargó entonces con la muchacha, llevándola hasta el lugar de la montaña donde los vientos soplaban con mayor intensidad y, según las instrucciones, la abandonó allí.
Enseguida un cóndor, de ojos refulgentes se acercó con su vuelo majestuoso, tomando a la joven entre sus garras, para elevarse y luego arrojarla al centro del mismo cráter. De repente densos nubarrones ocultaron el cielo y una espesa nevada cubrió la hoguera.
Desde entonces, el Lanín yace callado, ocultando a la princesa y el fuego de sus entrañas. Y en el lugar está prohibido cazar huemules.




EL QUIRQUINCHO

Leyenda quechua

 Pucá era una hábil tejedor que vivía en la Puna Jujeña. Fabricaba hermosas "cumbias" para los nobles,"abascas" sencillas para la gente de pueblo, y abrigos "yacollas" que se destacaban por el colorido y por la perfección del tejido. Su fama llegó hasta los incas más poderosos, y su pequeña choza se vio repleta de lanas y cueros con los cuales trabajaba rápidamente para cumplir con los pedidos. Los incas, satisfechos con su trabajo, le pagaban en oro, plata y piedras preciosas. " Pronto seré rico reflexionaba Pucá mientras se inclinaba, laborioso en su telar _ Y podré divertirme como los demás : pasearé, cazaré cuanto quiera y compraré todo lo que me guste"
En efecto, cansado de tanto trabajo y sacrificio, Pucá fue dejando sus telas y alejándose de su tarea. Se dedicó a la caza y comenzó a divertirse, embriagarse en compañía de otros indios, gastando su oro en cosas inútiles y vistosas. Rápidamente lo abandonó su   suerte y los príncipes dejaron de encargarle trabajos que ya no cumpliría. Un día sintió frío y se dio cuenta de que el invierno llegaba : "Tendré que tejerme una yacolla", pensó, y con manos temblorosas dispuso las tintas para teñir la lana. Pero hasta tal punto había perdido su habilidad, que el teñido salió pálido y lleno de manchas y después de varias horas de trabajo sólo logró un tejido flojo, grosero y lleno de ásperos nudos y pelotones de lana mal escardada.
"No importa, lo usaré así. Mañana trataré de tejer otro", se dijo, y se envolvió completamente con el poncho.
Cuando despertó, el "yacolla" se había adherido a su cuerpo formando una dura corza, y en lugar de piernas y brazos emergían de ella cuatro patas cortas terminadas en afiladas uñas. Así, convertido en quirquincho, se lo ve aún entre los cardones de la Puna donde había vivido o en la campiña argentina, huyendo de los peligros y escondiéndose dentro de su caparazón.


La Yerba Mate


Le algo más sobre la Yerba Mate y la Mateada.
De noche Yací, la luna, alumbra desde el cielo misionero las copas de los árboles y platea el agua de las cataratas. Eso es todo lo que conocía de la selva: los enormes torrentes y el colchón verde e ininterrumpido del follaje, que casi no deja pasar la luz. Muy de trecho en trecho, podía colarse en algún claro para espiar las orquídeas dormidas o el trabajo silencioso de las arañas. Pero Yací es curiosa y quiso ver por sí misma las maravillas de las que le hablaron el sol y las nubes: el tornasol de los picaflores, el encaje de los helechos y los picos brillantes de los tucanes.
Pero un día bajó a la tierra acompañado de Araí, la nube, y juntas, convertidas en muchachas, se pusieron a recorrer la selva. Era el mediodía y, el rumor de la selva las invadió, por eso era imposible que escucharan los pasos sigilosos del yaguareté que se acercaba, agazapado, listo para sorprenderlas, dispuesto a atacar. Pero en ese mismo instante una flecha disparada por un viejo cazador guaraní que venía siguiendo al tigre fue a clavarse en el costado del animal. La bestia rugió furiosa y se volvió hacia el lado del tirador, que se acercaba. Enfurecida, saltó sobre él abriendo su boca y sangrando por la herida pero, ante las muchachas paralizadas, una nueva flecha le atravesó el pecho.
En medio de la agonía del yaguareté, el indio creyó haber advertido a dos mujeres que escapaban, pero cuando finalmente el animal se quedó quieto no vio más que los árboles y más allá la oscuridad de la espesura.
Esa noche, acostado en su hamaca, el viejo tuvo un sueño extraordinario. Volvía a ver al yaguareté agazapado, volvía a verse a sí mismo tensando el arco, volvía a ver el pequeño claro y en él a dos mujeres de piel blanquísima y larguísima cabellera. Ellas parecían estar esperándolo y cuando estuvo a su lado Yací lo llamo por su nombre y le dijo:
- Yo soy Yací y ella es mi amiga Araí. Queremos darte las gracias por salvar nuestras vidas. Fuiste muy valiente, por eso voy a entregarte un premio y un secreto. Mañana, cuando despiertes, vas a encontrar ante tu puerta una planta nueva: llamada caá. Con sus hojas, tostadas y molidas, se prepara una infusión que acerca los corazones y ahuyenta la soledad. Es mi regalo para vos, tus hijos y los hijos de tus hijos...
Al día siguiente, al salir de la gran casa común que alberga a las familias guaraníes, lo primero que vieron el viejo y los demás miembros de su tevy fue una planta nueva de hojas brillantes y ovaladas que se erguía aquí y allá. El cazador siguió las instrucciones de Yací: no se olvidó de tostar las hojas y, una vez molidas, las colocó dentro de una calabacita hueca. Buscó una caña fina, vertió agua y probó la nueva bebida. El recipiente fue pasando de mano en mano: había nacido el mate.

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